No cabe duda de que los calorines veraniegos provocan en las conciencias más obtusas razones para las noticias más idiotas. La última es la del conflicto diplomático producido entre los usacas y los aztecas por la emisión de unos sellos de correos dedicados al entrañable Memín Pinguín. Estados Unidos exige que los sellos sean retirados de la circulación, y ahora cualquiera de ellos (por valor de 6´50 pesos, menos de 50 céntimos de euro) se cotiza en E-Bay por más de 200 pesos.
Memín es un personaje del cómic mexicano, un negrito, que desde los años 40 transmite mensajes de paz y amor a los niños mexicanos. Clásico por derecho propio del tebeo mexicano, Memín merece toda una colección de sellos a pesar de que Jesse Jackson, el portavoz presidencial de la Casa Blanca y otros tiburones de cuello duro y corbata (siempre dispuestos a lucrar criticando la viga propia como paja en el ojo ajeno) ahora salgan dando la murga de que Memín es un arquetipo que promueve el racismo en México, algo contra lo que el buen Memín luchó toda la vida. Creado en los años 40 por mi querida Yolanda Vargas Dulché, genial artífice del melodrama comiquero mexicano por entregas, y autora, entre otros deliciosos culebrones, de Yesenia, Rarotonga o El pecado de Oyuki, Memín Pinguín era un melodrama dulzón donde el negrito Memín y su mamá (doña Eufrosina) se las veían y deseaban todos los días para sobrevivir en el proverbial valle de lágrimas defeño. En Memín Pinguín el melodrama enloquecido de las obras adultas de Yolanda Vargas se transformaba en edulcorada crítica constructiva de la realidad, una realidad donde la pobreza era larga, y la lucha eterna, pero donde al final triunfaban los valores bondadosos y familiares de Memín. Sólo se le puede reprochar a esta serie sus dibujos poco virtuosos y unos guiones que hoy resultan más ñoños que nunca. Los mexicanos nunca han visto con malos ojos al negro, que en la sociedad mexicana fue pronto asimilado hasta prácticamente desaparecer en el spicy melting pot de la fusión de las pieles y de las sangres. México es un país de negritos y negritas con frecuencia bellos y bellas, un tostadero de pieles donde el sol y la sangre se confabularon desde siempre para crear, en numerosas ocasiones, una belleza oscura y deleitosa.
Ahora nos salen los gringos con que Memín Pinguín no es más que un infame arquetipo que avergüenza a los afroamericanos en Estados Unidos. Parece que no les parece correcto que sus vecinos dediquen una colección de sellos a un héroe popular que forma parte de la genética de la cultura popular del país azteca. Posiblemente tampoco querrían ver en sellos al negro Lothar de su clásica serie Mandrake el Mago, ni los chinos al arquetípico Connie de Terry y los Piratas, del no menos norteamericano y genial Milton Canniff. Posiblemente, si los patos pudiesen clamar al cielo, tampoco tendríamos sellos del Pato Donald ni los ratones querrían mirarse en el espejo del boboncio de Mickey Mouse. No cabe duda de que, cada vez con mayor frecuencia, Estados Unidos se está convirtiendo en un peligro para la salud mental de nuestro futuro global. Quien quiera saber todos los detalles de esta estúpida polémica, que entre en los artículos de esta página del diario mexicano La Jornada.
Digan lo que digan la Casa Blanca y el reverendo Jackson, mienten como bellacos, y es por esto que pongo un grito en el cielo que nunca esperé ver salir de mi boca: ¡TE QUEREMOS MEMÍN! ¡ESTAMOS CONTIGO!
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